Leyenda del Alicucú
Como todas las mañanas, en la pulpería del Puente(1), a orillas del río Luján, los paisanos estaban tomando su grapa mañanera; unos prestos a salir a sus tareas camperas, otros, haciendo sus compras y aprovisionándose por varios días.
En una de las mesas, mientras compartían historias del matrero Juan Moreira mirando el cartel que, desde hace años estaba pegado en la pulpería donde la autoridad pedía la captura del gaucho rebelde; unos hasta se atrevían a afirmar que en algún entreveró compartieron espaldas con el ahora legendario Moreira.
Ismael, baquiano de Mercedes y alrededores, interrumpe la interesante conversación y con tono de indisimulable inquietud, comenta:
–Estoy preocupao por algo que me pasó anoche. Salí del rancho a cortar un pedazo de charque pa’ la cena: cuando miro a lo alto del eucalipto veo un casal de esos búhos alicucú, así los llamaba mi tata…
Don Esteban, acopiador de cueros, lo interrumpió:
–¿Y… qué tiene de rareza ver a esos pájaros? –preguntó.
–¿Usted los ha visto alguna vez? –inquirió Ismael.
–No, nunca los he visto en ningún lao, es más, ni siquiera se cómo son, pero no entiendo su malestar por esta situación –le respondió el acopiador.
–Cómo no voy a estar preocupao; esos bichos siempre anuncian calamidades pa’ el que los ve y hasta pa’ todo el pueblo. Me contaba el tata que en una ocasión, vio los mismo que yo anoche y ¿saben que pasó?...
–No, ni idea, cuente, cuente” –le dijo interesado Don Remigio González, el resero de General Rodríguez que siempre que andaba por esos pagos, hacia su parada obligatoria en la pulpería.
–Se vino una invasión de langostas: fue tan grande la calamidad que no quedó ni un grano de maiz en los campos.
Don Esteban, a esta altura con gesto expectante, al igual que el resto de los parroquianos, preguntó a Ismael:
–¿Qué piensa usted que puede pasar de malo?
–No sé –respondió Ismael –no sé… –volvió a repetir –ahí les dejó su desconcierto y se fue a sus labores.
A la tardecita, Ismael llegaba a su rancho con algo de alegría; nada le había ocurrido en todo día, al menos, nada malo.
Comió con su china y los gurices, ante de acostarse, salió del rancho, levantó su mirada hacia lo alto del eucalipto. No estaban los alicucú y así se fue a dormir tranquilo.
(1) Desde 1910 pertenece a la familia Di Catarina, siendo conocida como la “Pulpería de Cacho Di Catarina”, Mercedes, Buenos Aires
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